lunes, 19 de marzo de 2001

El País - Lunes, 19 de marzo de 2001
AULA LIBRE
CARMEN CODOÑER, "Humanidades" y latín
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Soy partidaria del humor, incluso cuando el blanco del humorista resulta ser una realidad que me es próxima. Así que cuando Forges tomó el latín como motivo para concitar la sonrisa, lo acepté sonriendo, aun sintiendo que con ello se contribuía a la consolidación de una idea que considero incorrecta. El humor basado en prototipos se fundamenta en destacar una faceta entre las múltiples que integran una realidad. Ahora bien, cuando el 'chiste' está dedicado a un objeto que gran parte de los lectores habituales sólo conoce por referencia, el rasgo de la realidad seleccionado se transforma en rasgo único, en definición indirecta del objeto. Creo que ése es el caso del latín.
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En nuestra sociedad, la opinión popular vincula el latín a las dificultades que no reportan beneficios, opinión que paulatinamente va siendo compartida y defendida por quienes, en principio, deberían abordar la cuestión desde otros ángulos.
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Tenemos una educación obligatoria hasta los 16 años y un bachillerato. La primera es el espacio destinado a poner al estudiante en condiciones de ejercer su papel de ciudadano libre. Es el lugar donde debe aprenderse a utilizar con propiedad la lengua y asentar las bases de lo que serán las futuras opciones del bachillerato. La reducción de éste a dos años parece responder a una idea: mostrar al estudiante cuál es la importancia de las materias para la carrera que va a elegir.
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Bajo la denominación de humanidades, la única que cuenta con latín, se han agrupado las materias pertenecientes al área de Letras. Bajo el nombre de Ciencias Sociales tenemos otra modalidad concebida para los futuros estudiantes de Historia, Filosofía, y también Derecho. Y aquí se ha llegado a la conclusión de que no es necesario saber qué es el latín, ni qué relevancia tiene el conocimiento de esa lengua para tales materias.
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Conceder al latín un lugar simbólico en la opción que abre paso a Filología puede deberse a la conciencia -todavía viva- de que castellano, catalán y gallego son lenguas procedentes del latín. Nada más. De otro modo no se explica que haya desaparecido de la modalidad de Ciencias Sociales, siendo así que quienes eligen esta opción deben saber desde un principio que el único medio de enfrentarse a una historia, filosofía o ciencia europea, que se nos han transmitido en latín hasta el siglo XVII -sin olvidar los siglos de civilización griega-, es conocer la lengua en que nos han llegado.
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Cuando se habla de la educación obligatoria o del bachillerato siempre se piensa en la educación que va a recibir el estudiante, no en la preparación que debe tener el profesor. Si desde el punto de vista del estudiante la lengua propia puede aprenderse sin recurrir al latín, me temo mucho que no sea paralelo el planteamiento por lo que respecta al profesor. Un profesor que conoce el latín enseñará de otro modo lengua o literatura, al igual que será muy distinta la actitud del profesor de historia o filosofía si cuenta con las claves sobre las que se sustenta su asignatura.
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No sólo eso: los actuales estudiantes también son, algo que parece obviarse, los futuros investigadores de este país. La historia de cualquier lengua romance, al igual que los estudios sobre literatura medieval o renacentista en dichas lenguas son inconcebibles sin conocer a fondo el latín, único medio de acceder a los textos de un periodo tan amplio. No puede olvidarse que la lengua es el vehículo en que se transmite una cultura y que Garcilaso de la Vega, Ausias March o las Cantigas de Alfonso X no surgen de la nada, sino de una tradición literaria medieval latina, que a su vez es continuación de una cultura latina clásica. De la misma manera causa estupor escuchar que se puede hacer historia de la Edad Media y del Renacimiento, historia de la Ciencia o del Derecho sin poder leer los documentos en que se transmite. Desde luego cabe una solución que pase por alto estos pequeños detalles: que investiguen otros.
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No se trata de conceder un lugar privilegiado al latín, con el que el estudiante entra por primera vez en contacto en el bachillerato, a diferencia del resto de asignaturas. De lo que se está hablando es de la importancia de concienciar a la sociedad de la pertinencia del latín en la formación de los futuros profesores e investigadores de nuestro país en materias como Lengua y Literatura, Filosofía, Historia y Derecho.
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Nada tiene esto que ver con una vuelta al Renacimiento, a una concepción elitista de la enseñanza. La educación debe ser accesible a todos, lo cual no significa que deba bajar de nivel. Tal vez llevada de una ingenuidad impropia de mi edad y de una firme confianza en la capacidad intelectiva del ser humano, no creo que la accesibilidad de la educación deba ir ligada a su degradación. Si todo el mundo tiene derecho a la educación, que sea al más alto nivel, no al más bajo. Cualquier otro planteamiento encierra una falacia.
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Los saberes pueden ser 'útiles de trabajo para ganarse el sustento', la Universidad quizá se haya convertido en 'una escuela profesional de masas', pero me falta el conformismo suficiente para aceptar que la primera afirmación sea excluyente y que la segunda deba ser aceptada como irremediable. Si alguien quiere hacer de los conocimientos adquiridos en el bachillerato y en la Universidad un 'útil de trabajo' para ganarse el sustento tiene derecho a ello, pero quienes deciden sobre cómo debe adquirirse ese útil deben pensar también en quienes desean dedicarse a la investigación o a la enseñanza de materias que no ofrecen una inmediata aplicación en la práctica.
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El vincular el latín exclusivamente a la opción de humanidades implica la posibilidad de una historia, de una filosofía, de un Derecho sin latín; es decir, bajo el modelo de humanidades se enmascara una propuesta: la concepción de la filología como una ligera pátina cultural -que admite incluso el latín- que nos haga presentables en una reunión de gente culta; infravalorar el latín implica infravalorar la filología y augura la facilidad con que puede renunciarse a ella. El escoger el latín como víctima propiciatoria tiene fácil explicación: es el punto más vulnerable demagógicamente, porque su utilidad no es visible y porque su rechazo no lleva consigo el calificativo de 'bárbaro' para quien lo defiende, como sucedería con el rechazo abierto de la filosofía o de la literatura. No nos engañemos, con el latín sucumbe la filología y buena parte de esas otras materias integradas otro tiempo en Letras. Ese título aparentemente halagador que se nos ha impuesto es el principio de una inmolación ya presente mediante una vinculación al pasado. Los Studia Humanitatis del Renacimiento pertenecen a un pasado glorioso, pero pasado. La filología y, como una materia filológica más, el latín son otra cosa.

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Carmen Codoñer es catedrática en Filología Latina.